lunes, 11 de marzo de 2019

Estudio sobre el amor


     Santo Tomás define el amor como una dimensión positiva del deseo (en contra posición al odio que se construye como una dimensión negativa del deseo); el amor es el deseo de algo bueno en cuanto bueno. Lorenzo el magnifico lo refería, en la misma línea, pero con fines más estéticos, como “un apetito di bellezza”.

     Sin embargo, el amor, que en sí lleva el deseo hacia lo amado; no se agota sólo en él. Desear algo, es en definitiva, tendencia a la posesión de ese algo o alguien; lo que implica que ese algo o alguien entre a nuestra esfera patrimonial; por lo que el deseo se termina automáticamente cuando el objetivo se consuma; muere al ser satisfecho. Manuel Machado con más estilo decía en su Querer “En tu boca roja y fresca; beso, y mi sed no se apaga (…) Me he enamorado de ti; y es enfermedad tan mala; que ni la muerte la cura”. El amor es un eterno insatisfecho; proyecta deseo, pero no se agota ni cansa con él, por un lado. Por otro lado, el amor nos mueve, a la órbita de lo amado, es un constante movimiento, centrífugo, hacia lo amado.

     El amor, para Ortega y Gasset, no es la alegría que el objeto amado nos proyecta; sino, incluso, y probablemente es cuando mejor se define, cuando sentimos el dolor que proyectan algunas de sus formas. Vivir una vida, buscando un amor que no nos golpee, y dañe; es por definición inalcanzable. De este modo, se construye como esa fuerza centrífuga que eleva y hunde, que abraza y despedaza… Su mejor ponderación, peso y volumen está en el dolor que a veces nos ocasiona. En el amar, abandonamos la quietud y asiento dentro de nosotros, y emigramos virtualmente (no precisa ser físico) hacia el objeto; Y ese constante estar emigrando es estar amando. Despertamos pensándolo, y moviendo nuestra alma en búsqueda del mismo; y cerramos los ojos en él, sobre nuestro lecho, sin precisar su compañía; cuanta idea se ha gastado en el teatro de los pensamientos, aun cuando nadie lo ve consigo!

     Sin embargo, el amor, no es la alegría que se proyecta sobre el objeto o ser amado, ni la pena que pareciera definirlo con tanta profundidad y precisión; tampoco es la desesperación de la ausencia o peligro del objeto o ser que se pretende, ni la emoción de su encuentro. El amor, en parte, es un potenciador del alma, un intensificador de las emociones; nos lleva al éxtasis y al estiércol en velocidades que a veces no logramos siquiera percibir. Es esa adrenalina potenciada la que nos vuelve adictos, es el vertiginoso viaje que asegura su presencia, y que potencia el mar de emociones.

     Y así como es intensidad, se gasta; la emoción química que provoca el otro dura más o menos, pero tiene duración, y en consecuencia, cadencia. Con el tiempo esa intensidad se apaga en la costumbre; y solo aparece en momentos, en suspiros fugases, que recuerdan su presencia, mas no su constancia. Pero con ello no muere el amor. Vencido el plazo, queda algo nuevo que es lo que sentencia la prolongación de su vida o prognosis de su muerte. Ese bastión que nace durante y después de la intensidad es amistad, respeto y complicidad.

     En mi caso particular, parece difícil entender el proceso del amor, desde la amistad a la intensidad. Mientras más frenamos esa intensidad que nos provoca, menos posibilidades tenemos de vivir un buen amor. Cuando comenzamos con lo segundo, esperando sentir esa intensidad después, inconscientemente estamos decidiendo sobre un proceso que no admite razón ni decisión. Uno no decide sentir intensidad, uno no decide sentir; siente o no siente. El resto nace o no nace.

     La sentencia, que culmina la primera fase, proyecta los designios de lo segundo. Cuando está la intensidad, no hay decisión que no parezca razonable, si ella implica la llegada del ser u objeto amado. Mueren las excusas, se invisibilizan los miedos, y entendemos que todas nuestras decisiones, de una y otra forma, apuntan a la cercanía de lo amado. Retener, reprimir, contener eso, es matar cualquier proyección; o evidenciar su inexistencia. Y, sin embargo, el ejercicio ansioso, no es como pudiera parecer, correr a lo amado, sino pensar que lo segundo llega sin la locura de lo primero. Ese amor nace muerto, y amores que mueren nunca matan; porque amores que matan nunca mueren…

     Tampoco es un acto individual; el amor se define en correspondencia. Es un acto que implica necesariamente un otro. Correspondencia, que a su vez, importa una temperatura; pensar amor en el ser amado, no es lo mismo que pensar un concepto matemático o un precepto legal, su presencia y grado de corroboración aumenta y disminuye su temperatura en cuanto al grado de atención y tensión. No es baladí hablar de un amor frío o cálido en el lenguaje pagano. Sentir como abriga y desabriga es una forma de percibirlo y medirlo. Su presencia física no obsta la sensación; con más estilo Luis Ramiro la representa diciendo “la distancia no suele tener importancia si acaba donde empiezan sus pies”.

     Parte de y con uno, porque es parte de uno y en uno comienza. A pesar de la necesaria reciprocidad, no es posible amar al otro sin amarse uno mismo. Cuando el amor propio/la autoestima, se encuentra débil o enfermo, el amor no florece sino sólo una ilusión con perfume de realidad o necesidad enfermiza e infantil de amor a través de ojos ajenos.

lunes, 4 de marzo de 2019

Distancia



A veces, el mundo se percibe mejor cuando tomamos distancia. La ansiedad de los laberintos, la frustración de no poder movernos de un lugar a otro, el cansancio que implica pensar que cada ruta debe tener una explicación y motivo y así no caer en el prejuicio e intolerancia más propia que ajena... todo desaparece cuando sientes en altura.

La levedad de cada segundo de contemplación se combina con la fuerza de la imagen dentro; pasado y futuro se despojan de sus emociones y se tornan imágenes envueltas de este presente frágil e inexorable; en estas nubes densas que se desarman con el viento; en ese cielo que no soporta un mismo color; y en esas montañas cuya presencia abraza a la mía con fría indiferencia.