sábado, 24 de septiembre de 2011

Del cuento al cine... "El informe de la minoría" y "Minority report"



“El informe de la minoría” de Philiph K. Dick

Constituye una obra propia del género de ciencia-ficción o literatura por anticipación, estilo que nace, sin perjuicio de manifestaciones anteriores, en los albores del siglo XX bajo la cuña del escritor y fundador de las primeras revistas de ciencia-ficción Hugo Gernsback quien en 1929 utilizó por primera vez la expresión de “scientific fiction” en la revista Science Wonder Stories, quedando desde entonces establecido como tal, la cual, a su vez, puede entender, amén de su posterior desarrollo y extensión, diversos ámbitos, como literatura fantástico-técnica.

Este género tiene su mayor auge a mediados del siglo XX, cuya etapa decisiva de desarrollo —en palabras de Kagarlitski— se advierte durante la guerra contra el fascismo culminando en un proceso de transformación y amplitud con la explosión de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, irrumpiendo en este estilo, eminentemente científico, los problemas cruciales de la sociedad (plasmados en otro estilo literario, el social, cuyo auge tuvo lugar décadas antes) subordinándola y transformándola artísticamente, mediante una fusión de estos estilos los cuales pretenden, ahora, mostrar cómo el avance de la tecnología incide directamente en los procesos sociales e históricos del hombre.

Iniciado este auge el término ciencia-ficción resulta insuficiente para abarcar la amplia gama de situaciones y plexos del mismo, generándose el sub-género del “Cyberpunk” que denota una mezcla entre una desarrollada y avanza tecnología y un paupérrimo nivel de vida —Lawrence Person explica los personajes clásicos del Cyberpunk importaban sujetos solitarios, alienados que vivían en el borde de la sociedad en general, los futuros “distópicos” (entendidos como sujetos que vivían en un estado contrario al ideal planteado en las utopías) que colisionan con la vida diaria caracterizada por el rápido cambio tecnológico, una esfera computacional ubicua de datos informatizados, y la modificación invasiva del cuerpo humano. Es justamente en este género en el que la novela corta de Philip K. Dick titulada “minority report”  se encuentra.

     Cabe destacar que la impronta del autor, desconocido hasta su muerte, no se circunscribe únicamente a la película en cuestión, sino que su vasta obra abarca un sinnúmero de clásicos de la ciencia ficción llevados al cine. Entre tantos cabe destacar Blade Runner (Ridley Scott, 1982) basado en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de 1968; Total Recall (Paul Verhoeven, 1990) basado en su relato Podemos recordarlo por usted al por mayor de 1966; Infiltrado (2004) (Gary Fleder, 2002) basado en su relato Impostor de 1953. Así también, es posible identificar su influencia en largometrajes como: Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997); El show de Truman (Peter Weir, 1998) y The Matrix (Hermanos Wachowski, 1999).

          Escrita en 1957 Philip K. Dick, la novela relata la historia de John Anderton, un viejo comisario, a puertas de un inminente retiro, encargado de administrar la agencia policial avocada a la predicción y prevención de homicidios en la ciudad de New York y aplicar las correspondientes detenciones —Los sujetos son declarados asesinos potenciales y por tal motivo pierden su derecho a la libertad y a todos sus privilegios— y de Ed Witwer su perentorio sucesor.

      La agencia que administraba Anderton funcionaba, por una lado, en base a la utilización de tres mutantes deformes, llamados precogniscientes o precogs, capaces de predecir delitos futuros, y en especial homicidios; y por otra, en un complejo sistema computacional de interpretación de las visiones de dichos sujetos.

      La trama emprende su curso en el momento que los precogs predicen que Anderton cometerá un homicidio contra Leopold Kaplan; un general retirado del ejército, perteneciente a una organización secreta de "generales retirados" cuyo poder e influencias abarcaban amplios sectores de la vida institucional.

     Ante dicha sentencia, dictada por los dotados sujetos, Anderton presume un complot en su contra a fin de retirarlo antes de tiempo. ante esto opta por escapar y queda en una encrucijada moral, en orden a cometer, o intentar cometer, el homicidio en contra del vetusto soldado, y aceptar el castigo correspondiente a su acto, o posible acto, o escapar y poner en tela la veracidad y precisión de todo el sistema del pre crimen.  

      Empecinado en descubrir la verdad, se percata de un hecho desconocido para él hasta ese momento: la existencia de “reportes minoritarios”; los cuales se fundaban en la existencia de desacuerdos entre los mutantes en la predicción de los delitos. Dicho reporte anunciaba el desistimiento del coronel de ejecutar la acción, ante el hecho de haber tomado conocimiento previo del anuncio delictivo, lo cual evidenciaba su inocencia al respecto, pero arrojaba una insoslayable duda en cuanto al fundamento del castigo de los potenciales asesinos —En uno de los diálogos más apasionantes del texto el protagonista afirma, ante la posibilidad de aceptar que el informe mayoritario es errado, que “si el sistema ha de sobrevivir encerrando a gente inocente, entonces merece ser destruido”, toda vez, que sabiendo ellos de su futura conducta habrían podido obrar de modo distinto. 
       Dicho fundamento se evidencia en forma clara en ciertas partes del dialogo, en especial en la que a continuación reproducimos:

“— Le supongo conocedor de la teoría del Precrimen…

— Conozco la información que es pública —repuso Witwer—. Con la ayuda de sus mutantes premonitores, usted ha abolido con éxito el sistema punitivo post-criminal de cárceles y multas. Y como todos sabemos, el castigo nunca fue disuasorio, ni pudo proporcionar mucho consuelo a cualquier víctima ya muerta…

— Tendrá usted ya una idea de la disminución del porcentaje de criminalidad con la metodología del Precrimen. Lo tomamos de individuos que aún no han vulnerado la Ley.
Pero que seguramente lo habrían hecho—repuso Witwer convencido.

—Felizmente no lo hicieron… porque les detuvimos antes de que pudieran cometer cualquier acto de violencia. Así, la comisión del crimen por sí mismo es absolutamente una cuestión metafísica. Nosotros afirmamos que son culpables. Y ellos, a su vez, afirman constantemente que son inocentes. Y en cierto sentido, son inocentes… En nuestra sociedad no tenemos grandes crímenes, pero tenemos todo un campo de detención lleno de criminales en potencia, criminales que lo serían efectivamente.”

            En el devenir de la historia Anderton se percata que el complot es llevado por Kaplan quien pretende deslegitimar el sistema Precrimen mediante esta falla y concluir que se trata, en definitiva, de un falso sistema penal basado en una falsa premisa, corrompida, absurda y desacreditada, en sus palabras: “una vasta e impersonal maquinaria de destrucción que conduce a hombres y mujeres hacia la condenación”.

            Sin embargo, el protagonista, después de haberse percatado de estas intenciones, pretende demostrar la fiabilidad del sistema asesinándolo (materializando la predicción realizada por los precogs). De este modo Anderton deja de manifiesto la inexistencia del libre albedrío y la incapacidad de autodeterminarse en su conducta —Evidenciando que hubo en este caso 3 reportes minoritarios. El primero que predijo el asesinato de Kaplan en manos de Anderton, el segundo fundado en el hecho de que Anderton al tomar conocimiento de dicha premonición se abstiene  de cometer el delito, y el tercero que predijo, en base a las dos visiones anteriores y ante el evento del descubrimiento de las intenciones de Kaplan, el asesinato de este último. Falla que en rigor sólo podría suscitarse respecto de quien asuma el cargo de policía responsable del conocimiento previo de dichos delitos. Situación diversa, por cierto, a la que acontece en el film, el cual, si bien pivota sobre la misma idea de libertad y autodeterminación, concluye con la abdicación del protagonista del film (Tom Cruise) a cometer el hecho anunciado.

“Sentencia previa” de Steven Spielberg

            Proyectado por primera vez en el 2002 Steven Spielberg nos muestra un thriller de acción, el cual se desenvuelve en la ciudad de Washington DC en el año 2054.

En dicha época la policía utiliza una tecnología psíquica para detener y condenar a los asesinos antes de que cometan su crimen. Estos “culpables” son detenidos por la unidad de élite Precrime, antes de que lleven a cabo su delito, fundando las pruebas del caso en las visiones de los precogs, ilustrados como tres seres psíquicos, físicamente normales, las cuales no dan lugar a margen de error.

Si bien la historia transcurre sobre la idea del libre albedrío, al igual que el relato de Philip Dick, las conclusiones son diametralmente opuestas, en orden a que, como señalamos anteriormente, tanto John Anderton (Tom Cruise) como Lamar Burguess (Max Von Sydow) rompen, respectivamente, el esquema premonitorio, de estos seres dotados, dejando latente la idea de que, a pesar, de existir una tecnología lo suficientemente fiable para prever dichos asesinatos, el comportamiento humano resulta siempre impredecible en virtud de la intrínseca capacidad de autodeterminación que lo distingue. Evidenciando, implícitamente, que conocer el futuro, importa la configuración inmediata de un nuevo acontecer en orden a evitar o modificar el acaso en cuestión. En otras palabras, al momento de conocer lo que sobrevendrá en el futuro, dicha premonición desaparecería, creando un nuevo futuro, distinto al anterior, por lo que habiendo, incluso una tecnología supuestamente infalible que pueda predecirlo, no podría determinarlo una vez conocido el hecho.

            Se trata de una película imperdible. Una de las obras más rescatables de Spielberg ciertamente, y que se presta para muchos análisis desde el punto de vista punitivo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Las sombras al mediodía y La sabiduría de los chistes


Estas obras conocieron el mundo en los años 1995 y 1997 respectivamente, en la pluma del multifacético Alejandro Jodorowsky.

Para quienes no lo conocen, se trata de un psicólogo, psicoanalista, maestro Zen, director de cine (de notables películas como el Topo, Santa Sangre, La montaña sagrada, etc.), actor, mimo (discípulo de Marcel Marceau), escritor (cuentos, novelas, manuales, poesía, narrador de los mejores cómics que he leído, etc.),  tarotista, creador del movimiento pánico y de la psicomagia, y gran amigo de Enrique Lihn, con quien desarrolló la teoría de los actos poéticos. 


Uno podría sentarse una tarde entera a relatar sus obras y los significados que en cada una revela; y de seguro el resultado será el hallazgo de más significados y formas. Sin embargo me detendré en dos puntos que deseo compartir:

  1. Dos fábulas contenidas en “Las sombras al mediodía”.
  2. Una notable reflexión en la sabiduría de los chistes.
1a. Al observar el título de la primera obra mencionada se entiende a qué, o mejor dicho quién, apunta el libro. ¿Sabe dónde se ubica la sombra del mediodía? Este es el primer cuento con el que inicia la obra; y el que, en definitiva, orienta a todos los demás.

PRÓLOGO
“Un mercader, antes de morir, hace esculpir su cuerpo en bronce y deja dicho en su testamento: “Encontrarán un tesoro enterrado donde cae la sombra de mi estatua”. Durante todo el año y a todas horas sus hijos cavan la tierra. Pero la sombra indica siempre puntos distintos a medida que el sol recorre el cielo. La búsqueda es infructuosa hasta que un día, exactamente a las doce, un servidor astuto abre a martillazos el pedestal y encuentra el tesoro…”

Lo llamativo de todas las fábulas y cuentos que se relatan en el libro, es que las conclusiones no solo se desprenden del desenlace de cada historia, sino que en cada parte del proceso.

1b. LAS MIL CARAS DEL HOMBRE INVISIBLE: 
“El hombre invisible se fabricaba máscaras. Las teñía de todas las expresiones: amor, celos, orgullo, duda, dolor. Antes de salir a la calle las ensayaba frente al espejo. Con la máscara de poder se sentía capaz de dirigir multitudes, con la máscara de seducción pondría a las mujeres a sus pies… queriendo aparentar el mayor número de matices acumuló novecientas noventa y nueve caretas. Para el número mil decidió moldearse una de risa loca. La boca, mostrando enormes dientes, le llegaba de un lóbulo al otro. Cuando la tuvo terminada salió a pasearse con ella puesta. La gente, contagiada por esa grotesca expresión, se puso a reír a carcajadas. Cuando de tanto escándalo volvió a su casa y quiso quitársela: no pudo. ¡Se le había pegado a la piel! Tiró de ella, la rasguñó, le dio tajos, martillazos, inútil. Rabió, aulló, amenazó, lloró, imploró, inútil. La falsa risa ocultó su desesperación. Desfallecido de hambre salió a pedir ayuda. Los ciudadanos, sin darse cuenta de que sus gestos eran de angustia, volvieron a carcajearse. Regresó tristemente aceptando morir en estado de inanición con esa cara de alegría. Al cesar de esforzarse en retirar la mueca se puso a pensar por que le había sucedido aquello, de pronto comprendió. Con energía renovada destrozó las novecientas noventa y nueve caras anteriores. Cuando no quedó una sola entera, la carátula risueña se le desprendió de la piel como un pez muerto. El hombre invisible, desde entonces, aceptó vivir sin cara”.

Uno de los cuentos más notables de Jodorowsky, el cual fue interpretado en más de una ocasión, como parte de su rutina, por el maestro mimo Marcel Marceau (conocido en el mundo como el maestro del silencio) un innovador en el arte del mimodrama. Esta es una parte del cuento interpretado:

La genialidad de Jodorowsky se suele mezclar con la genialidad del mundo, de ahí sus amistades y contactos con personajes como Enrique Lihn y Marcel Marceau. 

Respecto de las implicancias del cuento: me siento incapacitado de escribir sobre eso en este momento, pues la razón de ser de estas palabras se motivan por la segunda parte de la composición que quiero compartir. Tomen esto, en consecuencia, como un “preludio incidental”.


2. Del segundo libro en cuestión debe adelantarse (para el futuro lector motivado) que se trata de una muy bien elaborada compilación de chistes, los cuales vienen acompañados de reflexiones o análisis de las formas más puras del hacer humano. El chiste seleccionado para el día de hoy no es del libro, sino de la televisión chilena, sin perjuicio de que la reflexión que la acompaña, apunta a lo mismo.

Monólogo de Mauricio Medina (el indio)  en un programa de TVN.

“¿Has visto flaco lo inconsciente y egoísta que se ha vuelto la gente hoy en día? El otro día me subí a la micro, me senté en la tercera fila, y a las dos cuadras se llenó. Llegando al tercer paradero se sube una señora, gorda con cinco bolsas en cada mano, una guagua en un brazo y otro niño tomado de la otra mano. ¿Me creerás que nadie le quiso dar su asiento? Yo no aguanté la situación y tuve que mirar pal lado a mi ventana”. 

Jodorowsky toma un chiste parecido y entrega la siguiente reflexión:
“Juzgamos el mundo proyectando sobre éste lo que somos nosotros mismos.

La próxima vez que pelees con alguien, registra en un pequeño magnetófono todos los insultos que te diga el otro. Dichos insultos definirán a quien te los lanza porque, durante el combate, tú te conviertes en su espejo, en tanto que el otro se convierte en el tuyo.

Si no te fijas en su belleza es porque no conoces la tuya; si sólo adviertes sus defectos es porque no ves otra cosa que los tuyos.

(…) Cuando constatamos que el mundo es egoísta, es porque nosotros mismos los somos. Cuando vemos la maldad por todas partes es porque nosotros somos malvados, o más bien, porque nos hallamos en un estado de maldad. Tenemos miedo de nuestra propia maldad.

Un día me di cuenta de que la realidad revelaba al inconsciente y que obraba exactamente como éste. Dicho de otro modo, veo la realidad en función de mi inconciente”.

¿Alguna persona le desagrada sin motivo aparente? ¿Encuentra algún defecto en sus más cercanos que le incomoda especialmente? Generalmente somos nosotros mismos viéndonos con nuestros propios ojos, desde nuestros propios miedos, desde la propia experiencia.

El castigo que le propine a esa persona, probablemente sería el castigo que se impondría a uno mismo. Si bien el razonamiento de Jodorowsky es descriptivo, creo importante tener presente que uno siempre puede cambiar un número en la ecuación y abrazar (por mucha incomodidad que sienta en un principio) aquello que odia o le desagrada.

Comenzar a aceptarse en sus formas es el primer paso para superar aquello que desea cambiar y mejorar. Ámese y no se tenga miedo (diría que no le tenga miedo al mundo,pero a estas alturas ya sabemos que es solo miedo a nosotros mismos), es la mejor fórmula para disfrutar el paso por esta esfera planetaria que tiene demasiada belleza al alcance de cualquier mano (partiendo por la de uno mismo).

Desde el minuto 6:00 al minuto 6:20 de esta escena. Creo que ilustra mejor estas palabras.

Luego haga su propia introspección.

jueves, 22 de septiembre de 2011

2046


“…Y tal vez nos será dispensado
conservar el recuerdo de una sola palabra amada
y el recuerdo de ese gesto
lo único nuestro”
Jorge Teillier

        Suele presentarse en varias películas el hecho de que su esencia y toda la belleza que éstas pueden llegar a articular en su duración, se contiene en los primeros diálogos o monólogos del film.

        2046 constituye una secuela de las películas  “Days of Being Wild” (1991) y “Con Ánimo de Amar” (2000), en que se nos representa un lugar en donde la literatura y el cine se vuelven a encontrar, para fascinarnos con un mundo de imágenes y palabras, de realidad y ficción que evocan una constante angustia del pasado.

         Es así como Won Kar-wai nos muestra, mediante un magnífico montaje y una serie diálogos muy bien elaborados, la displicente vida amorosa de Chow Mo-wan, un periodista de baja calaña (Tony Leung) que huye de su pasado. Éste a consecuencia de una abrupta partida, decide iniciar una nueva vida en Hong Kong, tomando el trabajo de humilde columnista de un periódico de dudosa honorabilidad.

         Al llegar a esta ciudad, se asienta en un burdo hotel, en la habitación 2046. Espacio desde el cual, Kar-wai nos proyecta un conjunto de escenas que transitan entre la realidad de Mo-wan (que se movía en un libertinaje sin fronteras) y una novela-ficción que escribe y que se titulaba 2046.  En esta última representa algo que en nuestra realidad podría confrontarse al amor, acompañado de la plañidera melodía, suplicante del dolor de Connie Francis (Siboney).

          En esas letras, Mo wan relata la historia del futuro, que en el fondo no es más que la reconstrucción del pasado que huye y que va dejando la huella de una imagen, o de una palabra que se convierte en recuerdo y de aquel recuerdo que se torna de nuevo en verdad.

        Probablemente la vida sea algo parecido a 2046, un habitación llena de recuerdos con paredes resquebrajadas de dolor y suaves lágrimas que se pierden en el andar y que jamás dejan de cicatrizar.

Primer monologo:
“Un misterioso tren sale hacia el año 2046 de vez en cuando. Todos los pasajeros que van al 2046 tienen la misma intención. Quieren recuperar recuerdos perdidos. Porque en el año 2046 nunca cambia nada. Realmente nadie sabe si eso es verdad. Porque jamás nadie ha vuelto. Excepto yo…”

Una historia interesante...


Hay una historia bastante interesante que leí hace muchos años, y creo vale la pena compartir. El relato trata de una anécdota acontecida supuestamente a Niels Bohr; físico danés, premio Nóbel de física en la década del 20, y conocido por ser el primero en postular el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Un innovador de la teoría cuántica.

La historia cuenta que cuando era estudiante, en uno de sus exámenes finales de física, estaban a punto de reprobarlo por la respuesta que había consignado en el papel, a pesar de afirmar con toda seguridad que era la respuesta correcta. Fue tal la conmoción que se llamó a arbitraje para revisar su prueba de nuevo.

La pregunta del examen decía: “Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro”. A lo que Bohr había respondido: “Lleve el barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda muy larga. Descuélguelo hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio”.

La respuesta en sí planteaba un tremendo problema, pues, en estricto rigor, no estaba mal y resolvía la pregunta que se formulaba. Pero con esa respuesta no demostraba la utilización de los conocimientos entregados en dicho curso, por lo que se podría aprobar a un estudiante con nota máxima sin tener certeza de que manejaba los contenidos mínimos del mismo.

En razón de esto se le dio otra oportunidad para desarrollar la prueba. Le dieron seis minutos para que respondiera la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado cinco minutos y Bohr no escribía nada.

En ese momento se le consultó si deseaba entregar la prueba y contestó (al árbitro) que tenía muchas respuestas al problema y que la dificultad que lo atacaba era decidir cuál era la mejor de todas.

En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: “Tome el barómetro y láncelo al suelo desde la azotea del edificio, calcule el tiempo de caída con un cronómetro. Después aplique la fórmula altura =0,5 por A por T2. Y así obtendrá la altura del edificio”, obteniendo, de esa forma, la calificación más alta en su examen.

Cuando el árbitro se encontró después de la prueba con Bohr, le pidió que le contara sus otras respuestas a la pregunta. “Bueno —respondió—, hay muchas maneras, por ejemplo, se toma el barómetro en un día soleado y se mide la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.”

“¿Y de qué otra manera?”- le preguntó el árbitro.
A lo que responde Bohr: “Este es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve: “Tomas el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Es un método muy directo”.

Y continuó Bohr dando más respuestas… “Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puedes atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calcula cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo estilo de sistema, también se puede atar el barómetro a una cuerda y descolgarlo desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo, puedes calcular la altura midiendo su período de presesión.

"En fin —concluyó— existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: Señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo”.

En este momento de la conversación, le pregunta el árbitro si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). ¡Claro que sí! -respondió-, pero durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.

Si bien la historia es un poco larga, es útil en cuanto ayuda a ilustrar algo que creo se puede desprender sin problemas del hecho en sí: Hay más soluciones que problemas en este mundo, y no hay cosa que no pueda arreglarse en más de una forma. Creo que cuando uno logra ser honesto con en sus sentimientos, emociones, impulsos y formas, piensa menos, se quiere más, y, por sobre todo, hace más. Cuando renunciamos al protocolo de vivir y pensar todo el tiempo como se nos indica, y aceptamos crear nuestras propias formas a partir de nuestros talentos, el pensar y hacer se vuelve una delicia de infinitas formas.

martes, 20 de septiembre de 2011

Las 5 mejores canciones cantadas en una película


No hay ejercicio más sano que el de disponerse a recordar. Después de ver por cuarta vez “Alta fidelidad” me propuse hacer esta lista. En principio la enumeración apareció acotada, sin embargo, en la búsqueda de los temas, y, sobre todo después de escucharlos; los recuerdos afloraron como si hubieran acontecido ayer. Ahí me di cuenta de lo importante que es el cine en mi vida, pues creo haber vivido en cada una de estas escenas un momento lleno de delicias.

Esta lista constituye mis cinco mejores canciones cantadas en una película ordenadas cronológicamente según el momento en que las vi.


  1. “Pilate and Christ” y “Trial before Pilate” de Tim Rice & Andrew Lloyd Weber en “Jesus Christ Superstar” (1973). Vista en 1997, 1998, 1999, 2000, 2001, 2002, 2003. Les presento dos de las mejores escenas de esta obra maestra. Ambas escenas interpretadas y robadas por la maestría de Barry Dennen quien con esa voz y talento teatral insuperable te introduce en la exquisita tensión de aquel delirante proceso punitivo. En el segundo vídeo, después de los 39 latigazos el diálogo deviene en pura genialidad (así como con la overtura interpretada por Carl Anderson [Judas]). Hasta el año 2003 tenía que ver esta película obligatoriamente dos veces por año. La armonía que se consigue entre ambas épocas, y las interpretaciones de todo el elenco, la hacen imprescindible en la vida.

    Si bien la película no marca un recuerdo del momento mismo en que la vi, lo hizo con mucha gracias en la posteridad. Durante mi estadía en Noruega tuve la suerte de forjar una de las más hermosas amistades con Edith Timm, estudiante de intercambio de Alemania, quien atesoraba una voz angelical capaz de magnetizar todos los espacios que la rodeaban. Cada vez que cantaba el silencio se hacía absoluto; bocas semiabiertas, ojos semibrillosos, y estupefacción. Decir que cantaba bonito era casi una ofensa para todo lo que transmitía con su voz.

    Todos los días, en algún momento de la jornada, nos encontrábamos y el saludo partía con la primera parte de la escena de Piltaos y Cristo: “Pilatos: Who is this broken man, cluttering up my hallway? Who is this unfortunate? Soldado: Someone Christ, King of the Jews. Pilatos: Oh, so this is Jesus Christ, I am really quite surprised. You look so small, Not a king at all.  We all know that you are news, But are you king? King of the Jews? Your words, not mine. What do you mean by that?  That is not an answer”. Llegábamos hasta ahí y después parábamos el ridículo.

    La amistad con Edith fue perfecta, llena de simbolismos que, ya a cierto punto, sólo nosotros entendíamos. No viene al caso, pero vale la pena recordar un magno gesto que tuvo conmigo: El 10 de marzo del 2002 (día de mi cumpleaños) viajaba con mi curso de Noruega a Alemania y Polonia en gira de estudios. La hora de la partida era a las cinco de la mañana, y ella estaba ahí para despedirme con un regalo; una cajetilla de Lucky Strike corriente decorada con cartones de colores y en donde cada cigarro tenía un dibujo y una leyenda distinta atingente al lugar en donde podría estar o al pensamiento que podría estar guardando en mi mente.


                                                                      
 

  1. Let´s get it on de Marvin Gaye en “Alta fidelidad” de Stephen Frears (2000). Vista en Cine Mark en su estreno con mi padre; en aquel periodo en que la vista al cine en pantalla grande se repetía dos veces por semanas (una vez a la semana solo en el cine Arte y la otra, durante el fin de semana, acompañado por mi padre de quien aprendí, entretantas cosas, a perder los prejuicios por Hollywood).

    La canción la ejecuta el irreverente Jack Black y se enmarca en uno de los mejores momentos de la película, cuando las conclusiones ya están sacadas, los conceptos se comprenden (al estilo de J. P. Sartre) y solo queda amar bajo el innegable talento de estos protagonistas.

    A partir de ese film pude comenzar a apreciar la genialidad de John Cusack y valorar su presencia en lo mejor del cine (“La delgada línea roja”, “balas sobre Brodway”, “Quieres ser John Malkovich”, y “el jurado” entre otras tantas maravillas que ha interpretado). Esta película marcó una de las mejores hora y media del año 2000. 
     
     
  1. Tiny Dancer de Elton John en “Casi famosos” de Cameron Crowe (2000). Vista con Rossana Muñoz el año 2001 en los antiguos ciclos de cine arte que organizaba el Palacio Rioja. Una película llena de sueños y esperanzas en el inicio de la vida, de la carrera; ese momento en que sientes el mundo en tus manos y que nada es imposible. Con una trama exquisita, y envuelta en el exquisito manto del sexo, las drogas y el Rock and Roll de los años 70. Escucharla simplemente te eleva.

    Dicho momento fílmico venía aderezado con dos cosas muy bellas que atesoro: la primera, con la compañía de esta gran amiga de adolescencia, de quien mucho aprendí y mucho compartí. En segundo lugar de una lección que me sigue acompañando en los días: No siempre son necesarias las palabras para decir cosas lindas, lo cual, creo haber aprendido en la mejor de las formas.

  1. Beautiful Boy de John Lennon en “Mr. Holland's Opus” de Stephen Herek (1995). Vista en Noruega el año 2002 a un mes de partir, con todas las emociones a flor de piel (como todo AFS en su mejor año, viviendo cinco años de la vida en 11 meses).

    La película relata (la voy a contar porque si no la vieron es poco probable que la encuentren) la vida de un profesor de música que ama su trabajo y está a punto de ser padre. La felicidad inunda su mundo con la esperanza de poder compartir aquello que más ama con aquel a quien más amará, pero su hijo nace siendo sordo y con ello mueren todas sus esperanzas, y comienza a renegarlo pasivamente, producto de ese dolor.

    Sin embargo, el giro de la película se marca en el momento que su hijo ,en edad adolescente, lo ve llegar a casa ofuscado por la muerte de Lennon, y le pregunta que le pasa, a lo que le responde que murió Lennon, un gran músico, pero que él no entendería y lo deja hablando solo. En ese momento el hijo se arrebata y lo increpa en el mejor de los diálogos que se dan en esa película, “Cómo puedes creer que la muerte de John Lennon no significa nada para mí. Crees que soy estúpido? Sé quien es John Lennon. Debes creer que soy estúpido si no crees que no sé quien es John Lennon o los Beatles, o la música. Crees que no me importa lo que haces y amas?” Desde ahí la vida del maestro cambia y se interioriza en el lenguaje de señas, y busca una forma de transmitir lo más hermoso de su ser (la música) a la gente sorda, y organiza el concierto que aparece en esta escena dedicándole esta canción a su hijo.

    Uno de los regalos más hermosos que alguien podría hacer por otra persona, y probablemente una de las canciones más hermosas que un padre podría cantarle a su hijo (junto con Father and son de Cat Stevens, Vos sabés de Vicentico, Duerme negrito de Atahualpa Yupanqui y Acalanto de Chico Buarque). La intensidad del momento y ese gesto lleno de afecto entregado en una de las formas más perfectas del amor (la música) conmueve hasta los tuétanos.
     


5.   “Hey Jude” de The Beatles adaptada por Elliot Goldenthal para la película   
        “Across the universe” de Julie Taymor (2007). Canción de último momento.

Cosas que pasan cuando se pone atención en el camino. Louis Pasteur decía: “El azar solo favorece a los espíritus preparados”.

Hace un par de días había culminado esta lista con las cinco mejores canciones interpretadas dentro de la trama de una película vista. El trabajo no fue difícil, los recuerdos estaban en la piel y en el pensamiento —Esa exquisita sensación de oír algo y transportarte 1, 3, 5, 13 años y ver el mundo en esos ojos; en el Felipito de 1, 3, 5 y 13 años atrás; reflotando con todas las emociones, sueños, ideas y formas que lo constituyen—. Los cinco temas fueron ordenados de modo tal que al recordar cada canción tuve que acudir al año en que vi la película, el momento en que la vi, con quién la vi y a razón de qué la sentí tan importante (y en particular la escena musical que ésta evocaba). El ejercicio se manejó en velocidad crucero, los recuerdos llegaban a mi mente como si hubiesen transcurrido ayer y la escritura simulaba a quien quiera que fuese que le estuviere contando la historia.

Sin embargo, lo que sí se tornó muy difícil fue, una vez terminada la primera lista, tratar de entender que pasó entre el año 2002 y 2011. —El último tema que enumeré, en ese orden, fue Beautiful Boy de John Lennon en “Mr. Holland's Opus”. Vista en Noruega el año 2002—. No es que hayan faltado películas en mi vida durante ese periodo, y la primera respuesta fue que simplemente vi en ellas otras cosas que me fueron marcando; escenas, frases, formas, imágenes, etc., pero no música.

Después de haber terminado la lista, quedó ese punto pendiente. La tomé y la comenté con varios cercanos y la composición resultó ser aun más gratificante; en primer lugar, porque logró ser un buen tema de conversación, y, en segundo lugar, porque entendí que los recuerdos, que son tan propios como uno, pueden compartirse pero no entregarse —así como las palabras y los gritos, que "eran cosa que, en rigor, pueden venderse pero no comprarse, aunque parezca absurdo" (ahora comprendo la frase de Cortázar) —.
  
En fin, cosas que pasan cuando se comparte y se pone atención. Le mandé la lista a una amiga quien coincidió en algunos de los temas consignados; y aprovechó de mandarme uno de su lista personal (“all you need is love” de la película mencionada más arriba) vi la escena, me entusiasmé, y bajé la película para encontrarme con la canción del 2011.

21 de julio del año 2011. Me golpeaba la cabeza contra el mismo muro que acompaña estas palabras ahora. Después de escuchar un comentario de Carlos, quien salió del dormitorio para decirme dos cosas (de las que ya repetíamos constantemente), le propuse una lectura sobre el comentario, que en definitiva resultó ser una lectura sobre los míos (puede sonar confuso esto, pero el secreto profesional protege la conversación). En aquel momento entendí lo que este tema, sentido en incontables ocasiones, musicalizó ahora y que, en buenas cuentas, resume el momento en que comprendí (de nuevo, Sartreanamente) aquello que me levantó y ha hecho de este periodo la maravilla que siento, olfateo, toco, y pienso ahora.



En fin, este tema destronó “I say a little pray” de Aretha Franklin en “La boda de mi mejor amigo” de P.J. Hogan (1997). Sí bitches!, y es que en cualquier película en donde esté Aretha Franklin involucrada con su música no se puede sino disfrutar