Tarantino, a estas alturas, pareciera ser un género propio en el cine:
películas que suelen ser de larga e injustificada duración; sadismo
irracional envuelto en discursos y códigos absurdos, pero hilvanados
siempre en forma magistral; “soundtracks” que, sea cual sea la época que
ilustren, se mueven a compases similares, resultando sumamente notorios
o pegajosos; y planes disparatados que terminan siempre en el mismo
punto de tensión a mano armada, precediendo siempre un baño de sangre seguro.
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Sea cual sea el género que aborde (western, drama, acción, comedia, cine negro, cine bélico, etc.) se nota siempre el sello de un maestro haciendo historia en el cine; se observa, también y sin reservas, a un genio imponer un género propio sobre otro género; trascendiendo, de este modo, a los tiempos. Ver a Tarantino (cuyo nombre ya parece ser un “spoiler” en cada película) no implica solo entretenerse, sino ser parte contemporánea de lo que en dos décadas serán clásicos del cine.
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Si bien podría pensarse que a estas alturas insistir en un modus operandi es más de lo mismo y aburre; no se engañe, puesto que el talento único de este director se asemeja al merquén o la mayonesa; sea lo que sea que acompañen, lo mejoran. Y, siendo así, podríamos comenzar afirmando que “Django desencadenado”, la última película dirigida por Quentin, pertenece al género Western/Tarantino, es decir: todo lo dicho respecto de los films de Tarantino pero al estilo del viejo oeste; y con esto ya se dice todo respecto de la trama.
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En consecuencia, una segunda afirmación sobre el film apuntaría solo a destacar el notable elenco que lo conforma. Si ya dijimos que la genialidad de Tarantino constituye un género en sí, podríamos complementar esta frase señalando cuán afortunados somos de poder disfrutar un cine de esta categoría y ser, a su vez, coetáneos a dos de sus mejores exponentes; Samuel L. Jackson y Christoph Waltz.
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Jackson ya había ganado su titularidad como insigne representante de los géneros “Thriller-Drama/Tarantinos” en “Pulp fiction” y “Jackie Brown”; y ahora, con Django, no se queda atrás; desde su primera aparición en la trama se apodera del escenario, haciendo gala de ese desafiante y absorbente talento teatral que lo destaca.
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Por su parte, Christoph Waltz lo logra de nuevo; aparece en escena paseando, con un dominio y temple envidiables, ese refinado sadismo sanguinario que tan bien caracteriza este género. Si lo disfrutó en “Bastardos sin gloria” con su papel de Hans Landa, aquí tiene su versión sureña de caza recompensas.
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Se trata de una gran película; quizás no es la mejor del género “Tarantino”, pero suma a un todo en aquel que ya es un hito del cine; Quentin Tarantino. Cuando pondere la idea de ir a ver Django, sólo piense que su sala de cine más próxima está a 20 minutos de su casa; y usted está a 20 años de decir a sus hijos: “yo fui espectador de ese clásico del cine cuando se estrenó”.
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Sea cual sea el género que aborde (western, drama, acción, comedia, cine negro, cine bélico, etc.) se nota siempre el sello de un maestro haciendo historia en el cine; se observa, también y sin reservas, a un genio imponer un género propio sobre otro género; trascendiendo, de este modo, a los tiempos. Ver a Tarantino (cuyo nombre ya parece ser un “spoiler” en cada película) no implica solo entretenerse, sino ser parte contemporánea de lo que en dos décadas serán clásicos del cine.
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Si bien podría pensarse que a estas alturas insistir en un modus operandi es más de lo mismo y aburre; no se engañe, puesto que el talento único de este director se asemeja al merquén o la mayonesa; sea lo que sea que acompañen, lo mejoran. Y, siendo así, podríamos comenzar afirmando que “Django desencadenado”, la última película dirigida por Quentin, pertenece al género Western/Tarantino, es decir: todo lo dicho respecto de los films de Tarantino pero al estilo del viejo oeste; y con esto ya se dice todo respecto de la trama.
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