Hay gente que goza escribiendo poesía, en especial
aquí (Chile). En lo personal, nunca he sentido el ánimo de intentarlo; en
cambio mi fruición, a más no poder, se da escribiendo cartas.
En el último tiempo descubrí que la poesía que vive
en el resto, es la carta que me escribo y que le escribo al mundo; que la
emoción contenida en verso es para mí la emoción hallada en cada línea epistolar.
No sé si es su realidad e intrínseca cercanía con
el alma, la que me enamora; o una mezcla entre esperanza y ansiedad propias de
la puericia remanente e irreductible, que se guarda y manifiesta siempre en el hecho y ánimo
de una respuesta; o bien, el carácter singular que evidencia una carta contra
el ánimo universal contenido en el verso poético; a veces siento que puede ser el
compromiso sentimental que cada postal lleva en sus palabras una vez que se despacha.
En fin, quizás sea otra cosa, o todo a la vez; lo que sí sé es que resulta
insoslayable para la expresión de mi espíritu en su dimensión emotiva.
Suelo verme en dos contextos al confeccionar una
postal:
a) El primero, sujetando mi emoción
o estado a la punta de un verbo objetivo. El cual no admite mayor análisis.
b) El segundo, se fragua en el acontecimiento
que antecede una separación personal (física, temporal, sentimental, etc.) con
esa emoción subyugada a cualquier forma (experiencia, aspiración en sueño,
imagen, etc.) en una suerte de dicotomía casi esquizofrénica; en otras palabras:
escribir una carta es un acto personal que implica estar alejado del
objeto/sujeto que la provoca. Sin perjuicio de que en mi último tiempo he abrazado,
cada vez con más fuerza, la idea de que las emociones van más allá de las
figuras que creemos las llenan, pues estas últimas se aprestan siempre a ser
más transitorias e imaginarias (por mucho que las ilustremos con la realidad) que
las primeras. En términos menos abstractos, equivaldría a decir que las
emociones de un individuo no se justifican por el entorno que lo condiciona
(cosas/personas), sino por el estado o ánimo que hace de binóculo del mundo que lo
acompaña.
En fin, aquí va una carta; mi
mejor intento de poesía y de ilustrar lo que mencionaba antes, es decir, la relación del
objeto encerrado en la imagen que se relata, ante su palmaria prescindencia de
las verdaderas emociones que se esconden. Lo que se leerá pretende un conato en la creación de dos sensaciones
que hallo exquisitas y necesarias para el buen vivir/amar (se/te/les [en ese orden]); coordinación y complicidad.
He tenido unos días en los que
siento me falta tiempo para terminar todo lo que me propongo hacer. Parte de
esas propuestas es sentarme tranquilamente y canalizar en palabras, versos y
melodías todo lo que durante mi jornada me nace contarte.
Siento que de una Y otra forma, cada acontecimiento
-sea externo, sea del mundo de mis ideas- constituye algo que: o quiero, o no
quiero contarte. Es extraño, pero de una y otra forma converso “con(m/t)igo”
todo el día, preparo lo que quiero decir y lo guardo para algún momento de
tranquilidad. Sin embargo, creo que, por mucho que guarde celosamente esta
instancia de pretender contarte cosas o hacerte preguntas, lo que de verdad
añoro es terminar mi jornada a las 20:30 hrs., abrir la puerta de mi dormitorio
y encontrarte ahí; compartirme contigo desde lo animal hasta lo dulce, amar
hasta el cansancio del cuerpo y luego bajar contigo las escaleras, cortar la
mitad de una chirimoya, sacar ocho hielos, cuatro cucharadas de pulpa del mismo
fruto, un cuarto de plátano y cuatro cucharadas de azúcar flor para tomar,
un jugo natural de chirimoya con plátano (probablemente el más exquisito que
te puedas imaginar) en el techo de mi pieza, que promete una vista hermosa al
mar y las estrellas. Sacar la guitarra y mostrarte las canciones que aprendo
todos los días, y tocar contigo las canciones que hemos aprendido; y reír, reír
y reír; hacer una madrugada completa de nosotros, con forma de nosotros, con
olor a nosotros, con sabor a nosotros… y reír, reír, reír, y reír; porque siempre,
quiéralo o no, contigo es distinto, contigo siempre es distinto...
Tenía pensado escribir otra cosa, pero desde la
segunda línea del párrafo anterior en adelante la historia cambió el rumbo...
Porque sí, porque contigo siempre es así... Hay una reflexión de Thoreau en su
libro sobre la vida en Walden que me encanta y que tenía en mente mientras
escribía el aparte anterior, dice así: "percibí entonces en mí un instinto
hacia una vida más elevada, o espiritual como suele decirse, como sucede en la
mayoría de los hombres, y otro instinto hacia un nivel primitivo y salvaje, y
siento el mismo respeto tanto por uno, como por el otro...”
Habiendo en mente esa reflexión, y el párrafo
anterior a ella, puedo concluirte en lo siguiente: De una Y otra forma eres esa
exquisita mezcla entre lo brutal y lo divino, entre lo carnal y aquello que
precede lo melódico, una mezcla perfecta entre lo más dulce y tierno del amor y
la bestial lujuria... En fin… quisiera abrir la puerta de mi dormitorio y
encontrarte ahí... En esa mezcla perfecta que provocas.